«Pero soy extraño, soy raro.
¿Qué demonios hago aquí? ¡Yo no pertenezco aquí! Ella corre de nuevo, ella sale corriendo, ella corre, corre (…)
Cualquier cosa que te haga feliz, cualquier cosa que desees, eres tan especial…
Desearía ser especial. Pero soy extraño.
¡Soy raro! ¿Qué demonios hago aquí?».
Fragmento del tema «CREEP-RARO» (traducido al español). RADIOHEAD.
3
CREEP
De camino a casa pensando en la conversación de hace unos segundos con mi jefe y en todo lo que se avecina, sin poder disfrutar los planes en este momento, ya que sin razón alguna no me siento bien. La atmósfera pesa. Continuamente miro hacia atrás, segura de que alguien fisgonea, e interrumpo la música que suena en mis oídos al querer investigar los alrededores.
Con la palma abierta froto mi frente ya sudorosa, y de nuevo ubico el audio para continuar, aunque mis piernas comienzan a ponerse más tiesas mientras que mi distribución sanguínea no funciona del todo. El porqué, no lo sé…
Los cortos cabellos de mi nuca repentinamente se erizan, pues una sombra se atraviesa a mi perfil. Rápido doy la vuelta para observar y no veo más que dos enamorados borrachos dando tumbos en la calle. Suspiro fuerte, con alivio tal que tomo de mi pecho hundido la piedra de ónix, y a la vez comienzo acelerar aún más el paso, para girar en la próxima esquina tan rápido como la luz. Me dirijo a la pared, porque mi espalda choca contra esta muy fuerte. Quiero esconderme, aunque no sepa claramente de quién. El esternón parece salirse de sitio por el estímulo, aún alterada, sin saber de qué huyo.
Antes nunca me había capturado esta sensación, como si se rieran de mí las sombras. Suspiro pesadamente, en un vago intento por apoderarme de la calma para retomar el camino a casa, a la vez que saco mi cuerpo encorvado situado sobre la dura pared. Marcho hacia delante, al punto que fisgoneo el entorno. Nadie. Tonta y cobarde, pienso además de tararear para tranquilizarme, al son de «Creep» de Radiohead.
«¡Cataplúm!»
De pronto, en el cuerpo siento un estruendo tal que hasta en mi mente se ve reflejada la sorpresa.
¡Wow! ¿Qué fue eso?
El móvil, junto a algunas cosas, cae al suelo, pero la melodía es lo único que suena en la calle, que por un momento parece un desierto. Algo apoderándose con fuerza de mis codos es la razón que ha impedido que caiga.
Quiero agradecer a quien fuese, por atropellarme y a la vez por no dejarme desplomar, aunque existe una posibilidad que este quiera una paga, a estas alturas nadie es de fiar.
¿Dios, por qué salí a pie?
Levanto la vista sobre mi hombro y noto la gorra tirada. Los rulos alborotados brotaron como erizo en ataque. Con un soplido de hábito los hago a un lado, y me avergüenzo en el acto al notar al alto hombre con estilo rockero y gótico que me mantiene aferrada.
Titubeando me libero de su agarre quedando tiesa debido al micro espacio entre ambos, parada como una maldita estatua viviente, viendo sus ojos negros con impaciencia sobre mí.
No me paralizo con terror al notar al desconocido, sino que me siento desafiarlo al verlo de la manera en que ahora lo observo, pareciéndome absurdamente… ¿familiar?
Él con rapidez la ha tomado del suelo para devolverla con una delicadeza poco común en un muchacho.
A juzgar por su reacción amable y su asentamiento de cabeza, sin charla, parecería mayor. Excepto, claro, porque lo estoy viendo y puedo notar que tiene la frescura de unos veinte y pocos.
Como tarareando, conduzco palabras fuera de mi boca.
—G-graci…, eh, quiero decir g-gracias. —Sacudo torpe la ropa para disimular, mientras mis palmas abiertas toman la gorra para colocarla con habilidad por encima de mi alborotado cabello rubio. Él me mira con suspicacia y quizá un poco de burla.
—¡Ostia, qué buen golpe! —El muchacho acaricia su firme pecho—. Sigo sin terminar mi noche aquí y consigo un porrazo, creí que era el único que corría en este mundo. Yo escapo de un amigo ebrio, ¿y tú?
Dale, tonta, no lo dejes pagando, ¡ñam-ñam! ¡Quééé guapo! No es de por aquí, pregunta, pregunta.
Poseída por un momento, sacudo la garganta seca.
—Ahm, gracias, en serio, p-por esto. —Señalo el lugar donde me habría desparramado—. No suelo hablar con desconocidos, menos a las dos de la madrugada. Me dirijo directo a casa, siempre. —Lo oigo susurrar en secreto, pero descifro las palabras debido a nuestra cercanía. ¿Acaso dijo «tu olor»?—. ¿Perdón? —Olisqueo el aire y mi ropa ―nada―, miro intimidada un inexistente reloj en mi muñeca, y luego evito sus ojos que parecen ver más allá de mi alma—. Disculpa. Es más, me hace recordar que siempre tomo un taxi, no sé, ¡fui una tonta!
—Ah, no os disculpéis, no voy a pretender que me cuentes tu vida, además, prefiero este golpe a embriagarme con el aliento de mi amigo. Por un momento, ese rudo sarcasmo suena familiar, como el de Cloe. —Está bien, gracias de nuevo. —Queriendo atrapar la atención de un taxista mi brazo libre se sacude como marioneta.
Su sonrisa se curva a un lado y muestra una mirada inquietante.
—Soy español, aunque vivo en… —Noto que desliza con fuerza saliva por su garganta, entonces ciñe su vista al mirar sus limpias manos—. Mi compañero se ha emborrachado en un bar de por aquí, que ya ni recuerdo dónde queda.
Gracias a Dios. Este chico me asusta como el mismo infierno, pronuncio con desesperación en mi cabeza y bendigo cuando un taxista se detiene. Aunque siga paralizada, con los pies estancados en el lugar, sin evitarlo miro al chico tranquilo y no puedo decir nada. Solamente una mueca poso en mi boca, pues no sé si calificarla como una sonrisa tímida o un gesto para no aparentar ser engreída.
¡Tonta! ¿A quién engañas? ¡A mí no! Te aterra, ¡ghrr! Porque nos gusta.
—PIBA, ¡¿va a subir o no?! ¿Para dónde va? —El taxista, algo rudo al hablar, quiebra los cristales del pensamiento de mi turbio yo.
—O-Oh, ah, sí, disculpe mi demora. Ahm, a Madero. —Confusa, al sentir una repentina punzada en el pecho, tomo la piedra colgante bajo mi suéter. Pareciera imaginarme que ha cobrado vida y tiene latidos por su cuenta. El muchacho con penetrante tranquilidad sigue aquí y para colmo toma la puerta, una vez más con su velocidad inexplicable. Además, mantiene sus ojos clavados en mí, tan dulces y oscuros a la vez. Resguardada ya en el vehículo cierro la puerta tratando de que no sea obvia mi urgencia por huir, y me atrevo a mirarlo. Solo su cabeza se hamaca con un gesto. En una leve despedida.
Al fin el auto se aleja y él sigue de pie sobre el cordón, lo veo más pequeño a lo lejos. Girando me viene a la mente cuando capté su cuello y vi un tatuaje extraño, aunque lindo, como un cuadro que no me resulta inédito.
Lo repaso una y otra vez en los rincones de mi cabeza. Cuando finalmente llego a casa, encuentro a Cloe desvelada al no haberme visto aún en la cama. Incluso Báez está con teléfono en mano. Espero que no haya llamado a la policía especial para mi búsqueda. No me extrañaría.
Deposito la chaqueta en el perchero. Titubeo y olvido la escena en el apartamento ante el recuerdo de los ojos mordaces de aquel chico de pestañas largas y expresión huraña y aguda. Un grito me sacude, tal como esperaba, y el ensueño se esfuma.
—¡Iona, Iona! —Uy, es Cloe sonando algo (bastante) aturdida—. ¿Estás bien? Nos preocupamos mucho con papá al ver que no habías llegado aún y que tampoco llamaste por si te retrasarías. Especulamos que tendría que haber sucedido algo. —Frunce sus cejas rojas tomándome las manos heladas por el frío de fuera.
—Lo siento por no avisar que salí con algo de retraso del trabajo, hablé con mi jefe y luego ¡pff! No sé qué pensé. Mi cabeza estaba en Júpiter. No llamé a un taxi para venir aquí, solo caminé.
—¿Solo caminaste? —Báez alucina.
—Sí, pero únicamente unas pocas cuadras desde mi trabajo, luego me ocurrió algo… Tomé uno.
Báez me ataja sorprendido.
—¡Ay, niña! ¡¿Estás bien, te asaltaron?!
—No, no, tío, solamente me asusté. Reaccioné, me di cuenta de que caminaba sola en la calle, me detuve y vine hasta aquí en un taxi.
—Por suerte, Iona, creí que te había sucedido… ¡Temí lo peor! Y no supe qué pensar, casi dimos parte a la policía. Nunca dejas de llamar si es que pasa algo, eso de vos nos extrañó, entonces… —Cloe suena algo tensa, pero poco a poco descansan sus hombros.
—Uh, no, muchas gracias y perdón, no volverá a suceder. Lo siento si los aterroricé. Llamaré la…
¡Mi móvil!, pienso, no lo recogí del suelo, ha quedado en aquel lugar. Reflexiono en un ataque como enchufada. Revoloteo en los bolsillos, bolso, chaqueta y jeans, pero no hallo nada.
Miro a Cloe frente a mí y le replico.
—El chico.
—¡Ajá, lo sabía! Te tenía que tocar, no eres tan friki —contesta Cloe con una amplia risotada grabada en su boca. Es ágil escupiendo bromas.
—Allí lo dejé, ¿có-cómo? No, no, ¿qué dices? —Me coloreo como una capa de torero en pleno rodeo.
—Sí, vaya, es normal. ¿Conociste a alguien en el trabajo? —Junta las manos con leves roces entre sus dedos, como un paparazzi siempre queriendo saber más. Ruedo mis ojos.
Su descaro no me sorprende, aunque inconvenientemente importa porque aquí está Báez de pie.
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Les dejo una pequeña y hermosa reseña que me creó una fiel lectora, amiga y colega. Espero disfruten, al igual que yo lo he hecho.
❤Reseñista, Luz Ramírez.
MAGNET IN DARK
“Estás soñando Iona, despierta y despiértame contigo”, una sola frase resume el mundo en el que Magnet sumerge al lector; leer como su protagonista se funde entre el mundo de los sueños y la realidad hasta no saber cuál es cuál es un reto a la imaginación.
Es en esa dualidad que maneja la historia que encontramos como los espíritus luchan una batalla que empezó hace mucho tiempo, donde la búsqueda del Onix y la disputa que se da entre el corazón y la razón mantienen el curso de una muy buena historia que lleva al lector de la mano por cada página.
La narrativa usada en la descripción de los espacios y de los personajes facilita que el lector pueda “ver en su imaginación” el ambiente que la escritora describe; además el uso de idiomas como el latín permite que el lector sepa de dónde vienen los personajes y esto ayuda en el desarrollo de la trama.
A todo aquel que se atreva a leer Magnet in Dark solo debo decirle una cosa “Gratam tenebris” (Bienvenido a la oscuridad).